Precisamente Ophelia Weston fue una de las primeras personas en ver entrar a Scott Vrain en Grand Falls. Ella estaba en el jardín de la casa de su tía Rose, cerca del extremo norte de la calle mayor, cuando apareció el grupo de jinetes. La primera noticia de su presencia la tuvo Ophelia al oír como un retumbar de cascos sobre la blanda tierra; luego, oyó los ladridos de los perros; finalmente, aparecieron los jinetes, que en cuestión de segundos cabalgaban ya por la calle mayor. Scott Vrain era el que iba en cabeza, y ciertamente Ophelia nunca le había visto antes, ni sabía que se llamaba Scott Vrain, ni que él mismo había decidido que le llamasen Mataperros. Todo lo que vio entonces Ophelia fue el grupo de jinetes cabalgando en silencio hacia la plaza, y, de entre el grupo de jinetes, aquel que iba en cabeza, y que también le miró a ella. Las perspectivas visuales de ambos, lo que cada uno de ellos vio, no pudo ser más diferente.
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Precisamente Ophelia Weston fue una de las primeras personas en ver entrar a Scott Vrain en Grand Falls. Ella estaba en el jardín de la casa de su tía Rose, cerca del extremo norte de la calle mayor, cuando apareció el grupo de jinetes. La primera noticia de su presencia la tuvo Ophelia al oír como un retumbar de cascos sobre la blanda tierra; luego, oyó los ladridos de los perros; finalmente, aparecieron los jinetes, que en cuestión de segundos cabalgaban ya por la calle mayor. Scott Vrain era el que iba en cabeza, y ciertamente Ophelia nunca le había visto antes, ni sabía que se llamaba Scott Vrain, ni que él mismo había decidido que le llamasen Mataperros. Todo lo que vio entonces Ophelia fue el grupo de jinetes cabalgando en silencio hacia la plaza, y, de entre el grupo de jinetes, aquel que iba en cabeza, y que también le miró a ella. Las perspectivas visuales de ambos, lo que cada uno de ellos vio, no pudo ser más diferente.