La piper «Comanche» volaba a baja altura, a muy pocos metros de las copas de los robustos árboles amazónicos. Era una avioneta privada capaz para cuatro pasajeros, a cuyo paso escapaban los animales de la selva huyendo de aquel ruido raro y desconocido.
El aparato, blanco, contrastaba notablemente con el verdor de la selva y de la maleza.
— Es maravilloso… ¡Debimos venir mucho antes! —exclamó una voz dentro de la máquina, emocionada por tanta belleza.
— Sí, señorita.
— ¡Mirad, allí hay un gran río!
— Es el Amazonas — repuso la voz del piloto...
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La piper «Comanche» volaba a baja altura, a muy pocos metros de las copas de los robustos árboles amazónicos. Era una avioneta privada capaz para cuatro pasajeros, a cuyo paso escapaban los animales de la selva huyendo de aquel ruido raro y desconocido. El aparato, blanco, contrastaba notablemente con el verdor de la selva y de la maleza. — Es maravilloso… ¡Debimos venir mucho antes! —exclamó una voz dentro de la máquina, emocionada por tanta belleza. — Sí, señorita. — ¡Mirad, allí hay un gran río! — Es el Amazonas — repuso la voz del piloto...