PAT Morgan consultó su magnífico cronómetro de oro, aquel que conservara como recuerdo de su feroz enemigo Jack Chicago, muerto en la silla eléctrica, y comprobó la hora. Eran las tres de la tarde. Sus muchachos habían salido a dar una vuelta por la ciudad. Algunos estaban entusiasmados con la idea de realizar un viaje a la India, propuesto por su jefe para celebrar el éxito obtenido en el asunto de la Extraña Sinfonía1, pero otros no parecían tan entusiasmados con desplazarse de Nueva York. Gozaban más en aquel ambiente tan suyo y dudaban entre hacer el viaje o no.
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PAT Morgan consultó su magnífico cronómetro de oro, aquel que conservara como recuerdo de su feroz enemigo Jack Chicago, muerto en la silla eléctrica, y comprobó la hora. Eran las tres de la tarde. Sus muchachos habían salido a dar una vuelta por la ciudad. Algunos estaban entusiasmados con la idea de realizar un viaje a la India, propuesto por su jefe para celebrar el éxito obtenido en el asunto de la Extraña Sinfonía1, pero otros no parecían tan entusiasmados con desplazarse de Nueva York. Gozaban más en aquel ambiente tan suyo y dudaban entre hacer el viaje o no.