Larry Quant descargó un furioso puñetazo sobre la desvencijada mesa y todos los objetos que se hallaban en ella iniciaron un frenético bailoteo. —¡Eres una estúpida, mujer! Aún no había terminado el baile de los objetos, cuando Larry tuvo urgente necesidad de gritar de nuevo, pero esta vez a causa del intenso dolor que le subió por el brazo. Tenía ambas manos llenas de vendas y había utilizado una de ellas a modo de maza. Su mujer, Dolly, compuso una mueca de fastidio encogiendo los hombros en ademán resignado. —¿Y qué querías que hiciese? Necesitamos los víveres antes de que se nos eche encima el invierno.
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Larry Quant descargó un furioso puñetazo sobre la desvencijada mesa y todos los objetos que se hallaban en ella iniciaron un frenético bailoteo. —¡Eres una estúpida, mujer! Aún no había terminado el baile de los objetos, cuando Larry tuvo urgente necesidad de gritar de nuevo, pero esta vez a causa del intenso dolor que le subió por el brazo. Tenía ambas manos llenas de vendas y había utilizado una de ellas a modo de maza. Su mujer, Dolly, compuso una mueca de fastidio encogiendo los hombros en ademán resignado. —¿Y qué querías que hiciese? Necesitamos los víveres antes de que se nos eche encima el invierno.