—¿Puedo subir a bordo? Fox Craig respingó al escuchar la bien timbrada voz femenina y súbitamente dejó de sentir interés en seguir abrillantando la barra protectora de la proa del yate. Levantó la cabeza y contempló, modulando un silbido de admiración, a la morenaza que se hallaba mirándole interrogativamente al otro lado de la pasarela. Calculó Craig que no pasaba de los veintitrés y su cuerpo era de sirena escultural. Las curvas necesarias en los lugares adecuados, aunque sin aparatosas estridencias. Sus ojos eran oscuros y protegidos por sedosas y largas pestañas.
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—¿Puedo subir a bordo? Fox Craig respingó al escuchar la bien timbrada voz femenina y súbitamente dejó de sentir interés en seguir abrillantando la barra protectora de la proa del yate. Levantó la cabeza y contempló, modulando un silbido de admiración, a la morenaza que se hallaba mirándole interrogativamente al otro lado de la pasarela. Calculó Craig que no pasaba de los veintitrés y su cuerpo era de sirena escultural. Las curvas necesarias en los lugares adecuados, aunque sin aparatosas estridencias. Sus ojos eran oscuros y protegidos por sedosas y largas pestañas.