Hay que ser sincero con uno mismo. Soy más feo que Picio, y veo menos que un ciego en un túnel del Metro. Por eso tengo que llevar las gafas de cegato, que contribuyen en un gran tanto por ciento a mi fealdad. Cada día, cuando me levanto y me asomo al espejo, me entran tembleques de miedo hasta que reconozco al tipo gordinflón de todas las mañanas. Con su voluminoso vientre, sus papadas como las de un cerdo, su gran narizota y su enorme boca, llena de dientes.
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Hay que ser sincero con uno mismo. Soy más feo que Picio, y veo menos que un ciego en un túnel del Metro. Por eso tengo que llevar las gafas de cegato, que contribuyen en un gran tanto por ciento a mi fealdad. Cada día, cuando me levanto y me asomo al espejo, me entran tembleques de miedo hasta que reconozco al tipo gordinflón de todas las mañanas. Con su voluminoso vientre, sus papadas como las de un cerdo, su gran narizota y su enorme boca, llena de dientes.