Lord Chilterton se despertó cuando el sol empezaba a entrar en su alcoba, intentó por unos segundos volver a conciliar el sueño, se revolvió en su cama tratando de no pensar en nada y guardó durante unos momentos una inmovilidad absoluta, esperando cazar por sorpresa el sueño que se le había escapado. Todo fué inútil y, de un salto, lord Chilterton se levantó buscando a tientas con sus pies descalzos las zapatillas, dirigiéndose luego hacia la ducha. Ante el espejo lord Chilterton se cepillaba su cabellera, espesa, sí, pero que empezaba a blanquear por las sienes, cuando oyó la voz de su esposa, que desde la habitación contigua le llamaba.
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Lord Chilterton se despertó cuando el sol empezaba a entrar en su alcoba, intentó por unos segundos volver a conciliar el sueño, se revolvió en su cama tratando de no pensar en nada y guardó durante unos momentos una inmovilidad absoluta, esperando cazar por sorpresa el sueño que se le había escapado. Todo fué inútil y, de un salto, lord Chilterton se levantó buscando a tientas con sus pies descalzos las zapatillas, dirigiéndose luego hacia la ducha. Ante el espejo lord Chilterton se cepillaba su cabellera, espesa, sí, pero que empezaba a blanquear por las sienes, cuando oyó la voz de su esposa, que desde la habitación contigua le llamaba.