Apenas llegaba hasta la sala del piso ochenta y seis el rumor apagado de las máquinas electrónicas de calcular que, ocupando los diez primeros pisos del colosal edificio, trabajaban día y noche, procurando proporcionar a los humanos los datos que éstos solicitaban. Aquella construcción fantástica, situada en la parte norte de París, y construida a finales del siglo, era llamada de muchísimas maneras. Pero los nombres, unos jocosos y otros ridículos, que los parisinos habían buscado en su sabroso lenguaje para designar la construcción que había relegado a un segundo término, definitivamente, la Torre Eiffel, fueron abandonados poco a poco y sólo quedó el primitivo, con el que había sido bautizado: La Torre de la Ciencia. Y así era en realidad.
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Apenas llegaba hasta la sala del piso ochenta y seis el rumor apagado de las máquinas electrónicas de calcular que, ocupando los diez primeros pisos del colosal edificio, trabajaban día y noche, procurando proporcionar a los humanos los datos que éstos solicitaban. Aquella construcción fantástica, situada en la parte norte de París, y construida a finales del siglo, era llamada de muchísimas maneras. Pero los nombres, unos jocosos y otros ridículos, que los parisinos habían buscado en su sabroso lenguaje para designar la construcción que había relegado a un segundo término, definitivamente, la Torre Eiffel, fueron abandonados poco a poco y sólo quedó el primitivo, con el que había sido bautizado: La Torre de la Ciencia. Y así era en realidad.