No era extraño. Durante todo el día, había transportado una «Hurmia», que bien debía pesar sus ciento y picó kilos, por todas las calles de la ciudad, en una de esas estúpidas salidas femeninas para visitar almacenes y hacer compras. Pero ahora, cuando regresaba hacia la zona donde vivían los esclavos, Len dominaba el dolor, pendiente sólo de la alegría de regresar junto a los suyos. Otros vehículos como el suyo corrían a su lado, tirados por otros esclavos que, como él, deseaban regresar a sus cabañas para comer un poco y tenderse al amor de la lumbre.
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No era extraño. Durante todo el día, había transportado una «Hurmia», que bien debía pesar sus ciento y picó kilos, por todas las calles de la ciudad, en una de esas estúpidas salidas femeninas para visitar almacenes y hacer compras. Pero ahora, cuando regresaba hacia la zona donde vivían los esclavos, Len dominaba el dolor, pendiente sólo de la alegría de regresar junto a los suyos. Otros vehículos como el suyo corrían a su lado, tirados por otros esclavos que, como él, deseaban regresar a sus cabañas para comer un poco y tenderse al amor de la lumbre.