Lucien dejó escapar un suspiro. Era como el colofón lógico de lo que acababa de decir a su amigo Trabart, a su viejo amigo y querido amigo. —Ha sido una lástima —dijo después—. ¡Imagínate, Henri! Doscientos mil dólares que se me han ido entre los dedos... Y tendió, sobre la mesa, las manos cortas y robustas, con diez dedos en forma de espátula; unos dedos que movió como si desease que el otro «viese» el dinero escaparse entre ellos. —Pero ¿y los gastos? —preguntó Trabart.
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Lucien dejó escapar un suspiro. Era como el colofón lógico de lo que acababa de decir a su amigo Trabart, a su viejo amigo y querido amigo. —Ha sido una lástima —dijo después—. ¡Imagínate, Henri! Doscientos mil dólares que se me han ido entre los dedos... Y tendió, sobre la mesa, las manos cortas y robustas, con diez dedos en forma de espátula; unos dedos que movió como si desease que el otro «viese» el dinero escaparse entre ellos. —Pero ¿y los gastos? —preguntó Trabart.