El hombre que recibió el puñetazo tenía unos cincuenta años, era delgado y sus ropas desastradas estaban cubiertas de sudor y polvo formando una dura costra. El puñetazo le envió dando tumbos contra la baranda de la acera. La baranda se rompió y el hombre volteó hasta la calle, donde hundió la cara en el polvo. Quien le había golpeado tendría alrededor de los treinta, era alto y de hombros poderosos, cara roja de ira y largos brazos. Quizá porque los tenía tan largos llevaba el revólver tan bajo. Riéndose entre dientes en medio de la cólera que le dominaba, bajó de la acera hacia su víctima.
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El hombre que recibió el puñetazo tenía unos cincuenta años, era delgado y sus ropas desastradas estaban cubiertas de sudor y polvo formando una dura costra. El puñetazo le envió dando tumbos contra la baranda de la acera. La baranda se rompió y el hombre volteó hasta la calle, donde hundió la cara en el polvo. Quien le había golpeado tendría alrededor de los treinta, era alto y de hombros poderosos, cara roja de ira y largos brazos. Quizá porque los tenía tan largos llevaba el revólver tan bajo. Riéndose entre dientes en medio de la cólera que le dominaba, bajó de la acera hacia su víctima.