A través del angosto ventanuco llegaba a la cárcel el estrépito de los martillazos. Era la hora de la siesta, el ambiente bochornoso y el hombre que descansaba en su camastro astroso seguía durmiendo tranquilamente. Pocos minutos después chirrió una cancela y se oyó un fuerte portazo. El preso se incorporó apenas sobre ambos codos y dirigió una mirada al pasillo. Dos hombres robustos empujaban a otro más joven, alto y membrudo.
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A través del angosto ventanuco llegaba a la cárcel el estrépito de los martillazos. Era la hora de la siesta, el ambiente bochornoso y el hombre que descansaba en su camastro astroso seguía durmiendo tranquilamente. Pocos minutos después chirrió una cancela y se oyó un fuerte portazo. El preso se incorporó apenas sobre ambos codos y dirigió una mirada al pasillo. Dos hombres robustos empujaban a otro más joven, alto y membrudo.