En el siglo de los «Ciclos», ser ciudadano de Yhanka, la vasta región septentrional de Ioa, centro del universo para sus habitantes, era un privilegio. Yhanka había vencido a casi todos los pueblos enemigos, sometiéndolos a un severo y rígido vasallaje, especialmente a los altivos «yoaos» (los gigantes de la piel moreno-rosada), que, durante tantos siglos, habían sido los predestinados de sus raros y falsos dioses. Y más privilegiado era quien, como Tama-Va, gozaba de la impunidad civil que le confería su alto cargo al servicio del Gobierno Central; cargo que, aunque no importante ni lucrativo, llenaba todas las aspiraciones de aquel historiador y etnólogo.
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En el siglo de los «Ciclos», ser ciudadano de Yhanka, la vasta región septentrional de Ioa, centro del universo para sus habitantes, era un privilegio. Yhanka había vencido a casi todos los pueblos enemigos, sometiéndolos a un severo y rígido vasallaje, especialmente a los altivos «yoaos» (los gigantes de la piel moreno-rosada), que, durante tantos siglos, habían sido los predestinados de sus raros y falsos dioses. Y más privilegiado era quien, como Tama-Va, gozaba de la impunidad civil que le confería su alto cargo al servicio del Gobierno Central; cargo que, aunque no importante ni lucrativo, llenaba todas las aspiraciones de aquel historiador y etnólogo.