En el despacho del doctor Pooh Karven sólo había una mesa de trabajo, materialmente invadida de papeles y fórmulas, y un «ojo estelar», especie de modernísimo telescopio, capaz de profundizar en los abismos cósmicos, llegar hasta los más remotos mundos, e incluso penetrar en las entrañas de la mente. Esto no era insólito en el siglo XXV. Pooh Karven tenía, además, un hijo que era un bala perdida. En el siglo de la arquitectura discocéntrica y helicogeométrica, de la medicina sicomagnética y autosomática, y de cosmonavegación hiperlumínica y ultragravital, ser un «perdido» significa lo mismo que en la época bíblica, en el medievo o en la era atómica. Y Thokk Karven era un joven perdido. Prometía serlo mucho más…
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En el despacho del doctor Pooh Karven sólo había una mesa de trabajo, materialmente invadida de papeles y fórmulas, y un «ojo estelar», especie de modernísimo telescopio, capaz de profundizar en los abismos cósmicos, llegar hasta los más remotos mundos, e incluso penetrar en las entrañas de la mente. Esto no era insólito en el siglo XXV. Pooh Karven tenía, además, un hijo que era un bala perdida. En el siglo de la arquitectura discocéntrica y helicogeométrica, de la medicina sicomagnética y autosomática, y de cosmonavegación hiperlumínica y ultragravital, ser un «perdido» significa lo mismo que en la época bíblica, en el medievo o en la era atómica. Y Thokk Karven era un joven perdido. Prometía serlo mucho más…