Estaban en plena noche lunar. A través de las ventanas de cristal irrompible, el cielo se ofrecía a los exploradores norteamericanos como una bóveda rutilante de puntos luminosos, trazos ígneos, gemas fluctuantes. A unos diez metros de la cabina estaba posado el módulo lunar empleado para la exploración, llegada y salida a la base, en cuya parte trasera se encontraba el hangar, falto de aire, donde se guardaba el tanqueoruga utilizado para las exploraciones sobre el rugoso suelo lunar, que les había dado más de un susto. Un año llevaban los norteamericanos residiendo permanentemente en La Luna, mientras que sus colegas soviéticos sólo llevaban ocho meses. Pero, en este tiempo, los rusos parecían haber realizado más investigaciones.
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Estaban en plena noche lunar. A través de las ventanas de cristal irrompible, el cielo se ofrecía a los exploradores norteamericanos como una bóveda rutilante de puntos luminosos, trazos ígneos, gemas fluctuantes. A unos diez metros de la cabina estaba posado el módulo lunar empleado para la exploración, llegada y salida a la base, en cuya parte trasera se encontraba el hangar, falto de aire, donde se guardaba el tanqueoruga utilizado para las exploraciones sobre el rugoso suelo lunar, que les había dado más de un susto. Un año llevaban los norteamericanos residiendo permanentemente en La Luna, mientras que sus colegas soviéticos sólo llevaban ocho meses. Pero, en este tiempo, los rusos parecían haber realizado más investigaciones.