El herrero levantó la cabeza. —¿Sí? La fragua estaba colocada junto a la puerta de la herrería. Los fornidos brazos del dueño sujetaban las largas tenazas, a cuyo extremo había una pieza del arnés enrojecida al fuego. —Mi caballo. Cojea de una pata. —Espere un poco. No quiero que se me enfríe esto.
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El herrero levantó la cabeza. —¿Sí? La fragua estaba colocada junto a la puerta de la herrería. Los fornidos brazos del dueño sujetaban las largas tenazas, a cuyo extremo había una pieza del arnés enrojecida al fuego. —Mi caballo. Cojea de una pata. —Espere un poco. No quiero que se me enfríe esto.