—SU llave, señor. Cornet la cogió. —Y… hay una carta para usted, señor. La cara de Cornet permaneció impasible. Cogió la carta y se la metió en el bolsillo. Y, sin embargo, sabía que muy pocas personas conocían sus señas en Hong Kong. Y ninguna de ellas le escribía.
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—SU llave, señor. Cornet la cogió. —Y… hay una carta para usted, señor. La cara de Cornet permaneció impasible. Cogió la carta y se la metió en el bolsillo. Y, sin embargo, sabía que muy pocas personas conocían sus señas en Hong Kong. Y ninguna de ellas le escribía.