El viento huracanado barría la superficie del mar. Las encrespadas olas, convertidas en acuáticas murallas, avanzaban inexorables para estrellarse contra el acantilado, y alzarse luego, pulverizadas, hacia la cima. Los relámpagos se sucedían sin interrupción, iluminando vivamente, con su tétrico resplandor, la tarde sumida en la oscuridad por la tormenta.
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El viento huracanado barría la superficie del mar. Las encrespadas olas, convertidas en acuáticas murallas, avanzaban inexorables para estrellarse contra el acantilado, y alzarse luego, pulverizadas, hacia la cima. Los relámpagos se sucedían sin interrupción, iluminando vivamente, con su tétrico resplandor, la tarde sumida en la oscuridad por la tormenta.