Una familia que había dedicado, evidentemente, su vida a la Ley.
Buscó el timbre y no lo encontró. En su lugar vio el tirador de una campanilla. Llamó. Llegó a sus oídos el tintineo lejano. Aguardó.
Transcurrieron los segundos sin que ningún otro ruido procediera de dentro. Volvió a llamar. Y, apenas se apagó el eco del segundo campanillazo, la puerta se abrió silenciosamente unos centímetros sin que se hubiera oído, previamente, el rumor de los pasos de nadie.
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Una familia que había dedicado, evidentemente, su vida a la Ley.
Buscó el timbre y no lo encontró. En su lugar vio el tirador de una campanilla. Llamó. Llegó a sus oídos el tintineo lejano. Aguardó.
Transcurrieron los segundos sin que ningún otro ruido procediera de dentro. Volvió a llamar. Y, apenas se apagó el eco del segundo campanillazo, la puerta se abrió silenciosamente unos centímetros sin que se hubiera oído, previamente, el rumor de los pasos de nadie.