John Bascombe se sentó a su mesa de despacho y examinó el montón de correspondencia llegada aquella mañana. Uno por uno examinó los sobres. Adivinaba, poco más o menos, su contenido por el membrete de la casa que le escribía. Escogió, de entre todos, uno que carecía de nombre de remitente. Iba escrito a máquina y, a juzgar por el matasellos, había sido echado al correo en Baltimore el día anterior.
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John Bascombe se sentó a su mesa de despacho y examinó el montón de correspondencia llegada aquella mañana. Uno por uno examinó los sobres. Adivinaba, poco más o menos, su contenido por el membrete de la casa que le escribía. Escogió, de entre todos, uno que carecía de nombre de remitente. Iba escrito a máquina y, a juzgar por el matasellos, había sido echado al correo en Baltimore el día anterior.