Seca la voz. Ominoso el gesto. Preñada de posibilidades letales la palabra, como el cañón de la pistola que se le había interpuesto entre el rostro y el libro del conserje.
La contempló con sobresalto. Palideció intensamente. Empezó a levantar los brazos intentando, en vano, dominar el temblor convulsivo que le sacudía el cuerpo.
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Seca la voz. Ominoso el gesto. Preñada de posibilidades letales la palabra, como el cañón de la pistola que se le había interpuesto entre el rostro y el libro del conserje.
La contempló con sobresalto. Palideció intensamente. Empezó a levantar los brazos intentando, en vano, dominar el temblor convulsivo que le sacudía el cuerpo.