COMO un monstruo oscilante, a medias entrevisto a través de la niebla, avanzaba por el Támesis el transatlántico «Río de Plata». Las tranquilas aguas del río aparecieron durante algún tiempo agitadas en espumosos remolinos por el paso del barco. Tras él, un blanco surco iba dejando su huella. Al fin, por vez primera desde Nueva York, se dispuso a tomar puerto. Las máquinas se detuvieron y el barco atracó al muelle. Se extendió la pasarela para facilitar el paso de la visita de sanidad. Más tarde, los resistentes tablones de la pasarela, crujían y se bamboleaban bajo el peso de los pasajeros.
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COMO un monstruo oscilante, a medias entrevisto a través de la niebla, avanzaba por el Támesis el transatlántico «Río de Plata». Las tranquilas aguas del río aparecieron durante algún tiempo agitadas en espumosos remolinos por el paso del barco. Tras él, un blanco surco iba dejando su huella. Al fin, por vez primera desde Nueva York, se dispuso a tomar puerto. Las máquinas se detuvieron y el barco atracó al muelle. Se extendió la pasarela para facilitar el paso de la visita de sanidad. Más tarde, los resistentes tablones de la pasarela, crujían y se bamboleaban bajo el peso de los pasajeros.