Los dos australianos que dialogaban en el salón lleno de humo del Squatters' Club no perdían de vista los movimientos de Kornalden. Este, un hombre de cuarenta años, rostro enérgico pero poco tranquilizador a causa de una expresión de maldad y avidez, se había sentado frente a un individuo casi de su misma edad, de fisonomía abierta y leal, preocupado en apariencia de leer la Gaceta de Puerto-Augusta.
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Los dos australianos que dialogaban en el salón lleno de humo del Squatters' Club no perdían de vista los movimientos de Kornalden. Este, un hombre de cuarenta años, rostro enérgico pero poco tranquilizador a causa de una expresión de maldad y avidez, se había sentado frente a un individuo casi de su misma edad, de fisonomía abierta y leal, preocupado en apariencia de leer la Gaceta de Puerto-Augusta.