Segundos antes dormía profundamente. Ahora se removía inquieto bajo las sábanas. Y refunfuñaba en vano. La máquina vencía al hombre. El teléfono que sobre la mesita de noche había empezado a tintinear con lejana timidez, se había convertido ya en una remachadora. Glen Duncan alargó un brazo y aplicándose el auricular volvió a ladear la cabeza sobre la almohada. El reloj de esfera fosforescente señalaba las cinco y veinte de la madrugada. Una voz engolada, solemne, resonó al oído del adormilado: —Ruego se ponga al aparato el señor Duncan. Glen Duncan. —Glen Duncan dormía decentemente hasta que usted, a una hora intempestiva…
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Segundos antes dormía profundamente. Ahora se removía inquieto bajo las sábanas. Y refunfuñaba en vano. La máquina vencía al hombre. El teléfono que sobre la mesita de noche había empezado a tintinear con lejana timidez, se había convertido ya en una remachadora. Glen Duncan alargó un brazo y aplicándose el auricular volvió a ladear la cabeza sobre la almohada. El reloj de esfera fosforescente señalaba las cinco y veinte de la madrugada. Una voz engolada, solemne, resonó al oído del adormilado: —Ruego se ponga al aparato el señor Duncan. Glen Duncan. —Glen Duncan dormía decentemente hasta que usted, a una hora intempestiva…