Brent Barton bajó las escaleras del hotel portuario. El conserje le miró con disimulado interés, percibiendo el cambio en su atavío. Una cazadora, pantalón azul y zapatones, substituían al traje bien cortado, zapatos de tafilete; y sombrero fieltro, con que había ingresado el nuevo huésped, media hora antes. En él, el cambio de ropas no tenía nada particular, puesto que aquel hotel era para marinos y portuarios. Solo que ellos se mudaban a la inversa: venían con uniforme o ropa día trabajo y salían enfundados en traje de calle.
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Brent Barton bajó las escaleras del hotel portuario. El conserje le miró con disimulado interés, percibiendo el cambio en su atavío. Una cazadora, pantalón azul y zapatones, substituían al traje bien cortado, zapatos de tafilete; y sombrero fieltro, con que había ingresado el nuevo huésped, media hora antes. En él, el cambio de ropas no tenía nada particular, puesto que aquel hotel era para marinos y portuarios. Solo que ellos se mudaban a la inversa: venían con uniforme o ropa día trabajo y salían enfundados en traje de calle.