Y el fornido coloso — aumentada su corpulencia por el abrigo de piel de camello — abandonó el despacho, pisando reciamente. El alcaide, tras dar las oportunas órdenes, pensó que en efecto debía ser muy misteriosa y rara la papeleta, porque conocía lo bastante al inspector Terry Brian para saber que éste, hasta entonces, lo había considerado todo, hasta lo más inverosímil, como humano y natural. El alcaide era humano. Por esto, acudió al compartimiento vecino al locutorio privado. El virus de la curiosidad más aguda le estaba envenenando la sangre. Descorrió una mirilla, bien oculta, y pudo, ver al estólido Terry Brian repantigado en un butacón. Seguía masticando como si su lengua estuviera hinchada.
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Y el fornido coloso — aumentada su corpulencia por el abrigo de piel de camello — abandonó el despacho, pisando reciamente. El alcaide, tras dar las oportunas órdenes, pensó que en efecto debía ser muy misteriosa y rara la papeleta, porque conocía lo bastante al inspector Terry Brian para saber que éste, hasta entonces, lo había considerado todo, hasta lo más inverosímil, como humano y natural. El alcaide era humano. Por esto, acudió al compartimiento vecino al locutorio privado. El virus de la curiosidad más aguda le estaba envenenando la sangre. Descorrió una mirilla, bien oculta, y pudo, ver al estólido Terry Brian repantigado en un butacón. Seguía masticando como si su lengua estuviera hinchada.