La playa se incrustaba entre dos altos acantilados, formando una franja semicircular de blanca y fina arena. Donde se interrumpía la arena, una hilera de cabinas parecía una barrera entre la playa y la ladera que iba ascendiendo en tupida arboleda por entre la cual se divisaban los «bungalows» veraniegos. El lugar era llamado Hoyo Solitario y merecía el calificativo, sobre todo en aquel fin de octubre. El pueblo más cercano distaba unos cinco kilómetros.
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La playa se incrustaba entre dos altos acantilados, formando una franja semicircular de blanca y fina arena. Donde se interrumpía la arena, una hilera de cabinas parecía una barrera entre la playa y la ladera que iba ascendiendo en tupida arboleda por entre la cual se divisaban los «bungalows» veraniegos. El lugar era llamado Hoyo Solitario y merecía el calificativo, sobre todo en aquel fin de octubre. El pueblo más cercano distaba unos cinco kilómetros.