Los dos disparos sonaron secos y restallantes, rasgando el aire brumosa de Hemixem, barrio exterior de Amberes. Una sucesión de silbidos precipitados despertó un coro de ladridos. Annette, la vieja granjera solitaria, se disponía a apagar la luz de su comedor, cuando sobre la puerta de su reducida casita repiquetearon con impaciencia. —¿Quién es? —inquirió la anciana. —¡Ábrame, por favor! ¡Caridad! Fuera, en la noche helada, persistía la discordante amalgama de ladridos y agudos toques de silbatos.
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Los dos disparos sonaron secos y restallantes, rasgando el aire brumosa de Hemixem, barrio exterior de Amberes. Una sucesión de silbidos precipitados despertó un coro de ladridos. Annette, la vieja granjera solitaria, se disponía a apagar la luz de su comedor, cuando sobre la puerta de su reducida casita repiquetearon con impaciencia. —¿Quién es? —inquirió la anciana. —¡Ábrame, por favor! ¡Caridad! Fuera, en la noche helada, persistía la discordante amalgama de ladridos y agudos toques de silbatos.