Milton Miller titubeaba raramente. Si era jefe del personal detectivesco de la acreditada agencia «P-Men», debíase entre otras cualidades, a la de poseer un carácter más que decidido. Pero vacilaba en llamar a la puerta de aquel piso porque no era lo mismo sacar de su ratonera a un maleante que someter a un interrogatorio cerrado a Roscoe Evans. Había esperado pacientemente a que Roscoe Evans, como era su obligación, acudiera a explicarse.
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Milton Miller titubeaba raramente. Si era jefe del personal detectivesco de la acreditada agencia «P-Men», debíase entre otras cualidades, a la de poseer un carácter más que decidido. Pero vacilaba en llamar a la puerta de aquel piso porque no era lo mismo sacar de su ratonera a un maleante que someter a un interrogatorio cerrado a Roscoe Evans. Había esperado pacientemente a que Roscoe Evans, como era su obligación, acudiera a explicarse.