En la amplia rotonda del «Ramanoff», los camareros de frac blanco, tenían hartura de ver mujeres bonitas, que acudían de los barrios de Beverly Hills, Santa Mónica, Hollywood y Culver. Y no se asombraban de nada, porque la ciudad de Los Angeles ha sabido dar a los americanos, la sensación de ser el refugio donde las mayores excentricidades tienen un fondo artístico y razonable.Pero el camarero que atendía las mesas pares, junto al parterre donde los rosales se arqueaban destacando sobre el verde césped, estaba intrigado.
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En la amplia rotonda del «Ramanoff», los camareros de frac blanco, tenían hartura de ver mujeres bonitas, que acudían de los barrios de Beverly Hills, Santa Mónica, Hollywood y Culver. Y no se asombraban de nada, porque la ciudad de Los Angeles ha sabido dar a los americanos, la sensación de ser el refugio donde las mayores excentricidades tienen un fondo artístico y razonable.Pero el camarero que atendía las mesas pares, junto al parterre donde los rosales se arqueaban destacando sobre el verde césped, estaba intrigado.