NADA más insignificante que el hombre que descendió, en aquella clara mañana de mayo, de la astronave que acababa de llegar de la Tierra. Su rostro era corriente, su tipo corriente y sólo su frente y sus ojos, aquélla amplia y éstos vivaces, podían haber hecho denotar su personalidad nada vulgar. Ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco: uno de esos millones de seres que se ven en todas partes. O mejor dicho, que pasan desapercibidos en todas partes.
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NADA más insignificante que el hombre que descendió, en aquella clara mañana de mayo, de la astronave que acababa de llegar de la Tierra. Su rostro era corriente, su tipo corriente y sólo su frente y sus ojos, aquélla amplia y éstos vivaces, podían haber hecho denotar su personalidad nada vulgar. Ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco: uno de esos millones de seres que se ven en todas partes. O mejor dicho, que pasan desapercibidos en todas partes.