EL hombre caminó rápidamente por la calle Octava, con las manos hundidas en el bolsillo del abrigo. De vez en cuando volvía la cabeza. La noche era clara, estrellada, y una luna muy pálida, en cuarto menguante, navegaba por el cielo como si la empujara el viento helado que barría también las calles neoyorquinas.
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EL hombre caminó rápidamente por la calle Octava, con las manos hundidas en el bolsillo del abrigo. De vez en cuando volvía la cabeza. La noche era clara, estrellada, y una luna muy pálida, en cuarto menguante, navegaba por el cielo como si la empujara el viento helado que barría también las calles neoyorquinas.