El panorama no podía ser más desolador. Debía cuatro meses en el aparcamiento, mi saldo en el banco ascendía a dieciocho dólares con cincuenta centavos, y el frigorífico no contenía más que hielo y una lata de foie-gras a medio consumir. Días antes había leído en la prensa que algunos centros hospitalarios pagaban hasta cien dólares a quien se comprometiera, ante notario, a donar su esqueleto a la Ciencia cuando ya no le hiciera falta. Estaba considerando la cuestión cuando alguien golpeó tímidamente el cristal esmerilado de la puerta.
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El panorama no podía ser más desolador. Debía cuatro meses en el aparcamiento, mi saldo en el banco ascendía a dieciocho dólares con cincuenta centavos, y el frigorífico no contenía más que hielo y una lata de foie-gras a medio consumir. Días antes había leído en la prensa que algunos centros hospitalarios pagaban hasta cien dólares a quien se comprometiera, ante notario, a donar su esqueleto a la Ciencia cuando ya no le hiciera falta. Estaba considerando la cuestión cuando alguien golpeó tímidamente el cristal esmerilado de la puerta.