Aquella tarde encontré tres motivos por los que estar de buen humor: había dejado de llover, la rubia oxigenada del Droste Bar lucía un suéter malva de escote más que generoso y los cinco pavos apostadas por «Lady», mi yegua favorita, se habían convertido en cinco de los grandes. Reflexionaba sobre esta triple circunstancia, envuelto por el humo blanquecino y aromático de mi propio habano, cuando alguien golpeó con los nudillos el cristal velado de la puerta.
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Aquella tarde encontré tres motivos por los que estar de buen humor: había dejado de llover, la rubia oxigenada del Droste Bar lucía un suéter malva de escote más que generoso y los cinco pavos apostadas por «Lady», mi yegua favorita, se habían convertido en cinco de los grandes. Reflexionaba sobre esta triple circunstancia, envuelto por el humo blanquecino y aromático de mi propio habano, cuando alguien golpeó con los nudillos el cristal velado de la puerta.