Mi Dodge rojo dejó escapar unos runruneos intermitentes, dio algunos pequeños brincos, y se detuvo. La carretera era todo lo polvorienta que uno pueda imaginar, el termómetro andaba rondando los cuarenta grados centígrados y la única sombra existente era la proyectada por los postes de telégrafos.
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Mi Dodge rojo dejó escapar unos runruneos intermitentes, dio algunos pequeños brincos, y se detuvo. La carretera era todo lo polvorienta que uno pueda imaginar, el termómetro andaba rondando los cuarenta grados centígrados y la única sombra existente era la proyectada por los postes de telégrafos.