Como miembro de honor de la Organización Científica, Cultural y Educativa de las Naciones Unidas (UNESCO), el arqueólogo holandés Hugo van Hoorn fue requerido urgentemente para trasladarse a Nueva York a fin de tomar parte en una conferencia de científicos.
El telegrama fue tajante, seco y poco explícito: «Se le ruega acuda, sin excusa alguna, a la Sesión Extraordinaria que se celebrará mañana en la Sede de la Organización».
La fecha era 20 de agosto de 1993. Estaba expedido en Nueva York.
Una hora después, desde el aeropuerto intercontinental de Ámsterdam, le comunicaban por visófono que tenía reservado un pasaje en el vuelo transoceánico de las nueve treinta del día 21...
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Como miembro de honor de la Organización Científica, Cultural y Educativa de las Naciones Unidas (UNESCO), el arqueólogo holandés Hugo van Hoorn fue requerido urgentemente para trasladarse a Nueva York a fin de tomar parte en una conferencia de científicos. El telegrama fue tajante, seco y poco explícito: «Se le ruega acuda, sin excusa alguna, a la Sesión Extraordinaria que se celebrará mañana en la Sede de la Organización». La fecha era 20 de agosto de 1993. Estaba expedido en Nueva York. Una hora después, desde el aeropuerto intercontinental de Ámsterdam, le comunicaban por visófono que tenía reservado un pasaje en el vuelo transoceánico de las nueve treinta del día 21...