No era un joven brillante ni enteramente simple; sencillamente, apático, hastiado, sin excesivas ambiciones. Por estos motivos no había destacado mucho en la empresa editorial de los grandes rotativos londinenses, «The Chronicle» y «London Gazette».
Se llamaba Richard Elliot, o sea Dick para los amigos, y contaba veinticuatro años. Y acababa de terminar su carrera de periodismo. Esto era lo más grotesco: el título le servía de muy poco. Pasaba el tiempo en la oficina de recopilación fotográfica, reuniendo fotos llegadas de todas partes del mundo.
Le llamaban constantemente por interfonía, pidiéndole lo más relevante, para llenar huecos que pasarían inmediatamente al offset y al huecograbado...
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No era un joven brillante ni enteramente simple; sencillamente, apático, hastiado, sin excesivas ambiciones. Por estos motivos no había destacado mucho en la empresa editorial de los grandes rotativos londinenses, «The Chronicle» y «London Gazette». Se llamaba Richard Elliot, o sea Dick para los amigos, y contaba veinticuatro años. Y acababa de terminar su carrera de periodismo. Esto era lo más grotesco: el título le servía de muy poco. Pasaba el tiempo en la oficina de recopilación fotográfica, reuniendo fotos llegadas de todas partes del mundo. Le llamaban constantemente por interfonía, pidiéndole lo más relevante, para llenar huecos que pasarían inmediatamente al offset y al huecograbado...