Aquella mañana, el equipo arqueológico que trabajaba en las ruinas de la ciudad marciana de Eboor, a un tiro de fusil del «Planeten Hotel», había realizado un nuevo hallazgo; el de una efigie gigantesca fundida en oro puro, cuyos ojos estaban formados por dos esmeraldas del tamaño de pelotas de «baseball».
Gustav Bettelheim siempre se acordaría de este detalle, porque fue poco después de difundirse la nueva de este descubrimiento cuando se recibió el dramático y conciso radiograma de la Tierra, retransmitido desde la Luna por el personal de la base interplanetaria Hohenstaufen.
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Aquella mañana, el equipo arqueológico que trabajaba en las ruinas de la ciudad marciana de Eboor, a un tiro de fusil del «Planeten Hotel», había realizado un nuevo hallazgo; el de una efigie gigantesca fundida en oro puro, cuyos ojos estaban formados por dos esmeraldas del tamaño de pelotas de «baseball». Gustav Bettelheim siempre se acordaría de este detalle, porque fue poco después de difundirse la nueva de este descubrimiento cuando se recibió el dramático y conciso radiograma de la Tierra, retransmitido desde la Luna por el personal de la base interplanetaria Hohenstaufen.