La respuesta de John Spence fue una rotunda negativa. ¡Vaya negocio el suyo, si se redujera a esperar a que llegara de vez en cuando un cliente caprichoso, dispuesto a alquilarle sus helicópteros para dar un paseo hasta ciertas ruinas faraónicas en cualquier distante lugar del desierto!
Spence habría podido explicar cómo los helicópteros eran máquinas muy costosas, a las cuales había que tener continuamente en servicio para poder atender al elevado capítulo de amortizaciones, y obtener al cabo un beneficio en su explotación. Pero en realidad estimó innecesario apelar a toda esta suerte de explicaciones, puesto que tenía una razón más convincente que alegar.
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La respuesta de John Spence fue una rotunda negativa. ¡Vaya negocio el suyo, si se redujera a esperar a que llegara de vez en cuando un cliente caprichoso, dispuesto a alquilarle sus helicópteros para dar un paseo hasta ciertas ruinas faraónicas en cualquier distante lugar del desierto! Spence habría podido explicar cómo los helicópteros eran máquinas muy costosas, a las cuales había que tener continuamente en servicio para poder atender al elevado capítulo de amortizaciones, y obtener al cabo un beneficio en su explotación. Pero en realidad estimó innecesario apelar a toda esta suerte de explicaciones, puesto que tenía una razón más convincente que alegar.