El sol se había puesto unos minutos antes, y el último grupo de turistas curiosos abandonaba Monte Palomar, cuando el ayudante de servicio fue a situarse ante el cuadro de mandos y oprimió un botón.
Con ruido apenas perceptible, la gigantesca cúpula empezó a descorrerse, y el «telescopio testigo» -una simple aguja moviéndose sobre un cuadrante- indicó al operario el ángulo y la posición exacta, del telescopio. Una nueva presión sobre un interruptor puso en marcha los dos ventiladores que en seguida se pusieron a refrigerar el espejo de 5 metros de diámetro y 20 toneladas de peso.
Ante sí, el ayudante tenía la hoja de papel en que figuraban las observaciones del astrónomo, así como el sector del cielo que aquella noche se proponía observar.
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El sol se había puesto unos minutos antes, y el último grupo de turistas curiosos abandonaba Monte Palomar, cuando el ayudante de servicio fue a situarse ante el cuadro de mandos y oprimió un botón. Con ruido apenas perceptible, la gigantesca cúpula empezó a descorrerse, y el «telescopio testigo» -una simple aguja moviéndose sobre un cuadrante- indicó al operario el ángulo y la posición exacta, del telescopio. Una nueva presión sobre un interruptor puso en marcha los dos ventiladores que en seguida se pusieron a refrigerar el espejo de 5 metros de diámetro y 20 toneladas de peso. Ante sí, el ayudante tenía la hoja de papel en que figuraban las observaciones del astrónomo, así como el sector del cielo que aquella noche se proponía observar.