A quince semanas de la Tierra, la cosmonave de las Reales Fuerzas Aéreas de Su Majestad Británica empezó a descender hacia los ateridos campos de hielo del hemisferio que Ganímedes oponía a Júpiter. Los dos hombres que en la cabina estaban sentados ante los mandos, clavaban los ojos en la imagen del planetoide que hasta ellos llegaba a través de una pantalla de televisión.
- ¿Nos habrán detectado en su radar? -murmuró el capitán Conway.
John Fisher tardó un rato en contestar a través del teléfono desde las profundidades de su escafandra de titanio y cristal.
- Es probable -dijo, por no decir «es casi seguro».
Levantó la enguantada mano, pulsó una palanqueta y habló desde su micrófono interior...
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A quince semanas de la Tierra, la cosmonave de las Reales Fuerzas Aéreas de Su Majestad Británica empezó a descender hacia los ateridos campos de hielo del hemisferio que Ganímedes oponía a Júpiter. Los dos hombres que en la cabina estaban sentados ante los mandos, clavaban los ojos en la imagen del planetoide que hasta ellos llegaba a través de una pantalla de televisión. - ¿Nos habrán detectado en su radar? -murmuró el capitán Conway. John Fisher tardó un rato en contestar a través del teléfono desde las profundidades de su escafandra de titanio y cristal. - Es probable -dijo, por no decir «es casi seguro». Levantó la enguantada mano, pulsó una palanqueta y habló desde su micrófono interior...