El calvo y encanecido cajero había asido su pala de cobre de modo profesional al entrar el forastero. Aguardaba ahora, expectante, que este indicase lo que quería. El forastero seguía aún junto a su caja de valores como si titubease en dejarla. Miró a su alrededor; luego se fijó en la mirada interrogante del cajero.
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El calvo y encanecido cajero había asido su pala de cobre de modo profesional al entrar el forastero. Aguardaba ahora, expectante, que este indicase lo que quería. El forastero seguía aún junto a su caja de valores como si titubease en dejarla. Miró a su alrededor; luego se fijó en la mirada interrogante del cajero.