La joven vestida de negro descendió del carruaje. Un soplo de brisa agitó sus cabellos, suavemente cobrizos, y el velo color humo que cubría su rostro. Las largas faldas enlutadas rozaron la tierra rojiza del pequeño y pintoresco cementerio. —¿La espero, señora? —preguntó el cochero desde el pescante. —Sí, por favor —rogó ella—. Estaré poco tiempo. —Claro —asintió el conductor moviendo filosóficamente la cabeza—. Esta clase de visitas suelen ser cortas. Como no hay nadie que responda a lo que uno pueda decir o hacer…
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La joven vestida de negro descendió del carruaje. Un soplo de brisa agitó sus cabellos, suavemente cobrizos, y el velo color humo que cubría su rostro. Las largas faldas enlutadas rozaron la tierra rojiza del pequeño y pintoresco cementerio. —¿La espero, señora? —preguntó el cochero desde el pescante. —Sí, por favor —rogó ella—. Estaré poco tiempo. —Claro —asintió el conductor moviendo filosóficamente la cabeza—. Esta clase de visitas suelen ser cortas. Como no hay nadie que responda a lo que uno pueda decir o hacer…