OB Harrison conducía mecánicamente, con el ceño fruncido y un cigarrillo humeando en la comisura de los labios. El calor agobiante caía sobre él, haciendo que de vez en cuando lanzase una maldición entre dientes. El sudor corría por su cuello, a pesar de que el pequeño ventilador instalado en el salpicadero del coche funcionaba a toda marcha. —¡Vaya infierno!
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OB Harrison conducía mecánicamente, con el ceño fruncido y un cigarrillo humeando en la comisura de los labios. El calor agobiante caía sobre él, haciendo que de vez en cuando lanzase una maldición entre dientes. El sudor corría por su cuello, a pesar de que el pequeño ventilador instalado en el salpicadero del coche funcionaba a toda marcha. —¡Vaya infierno!