El coronel Larsen, perteneciente al Estado Mayor del Ejército norteamericano y delegado de la Comisión para Investigaciones Bélicas, acababa de iniciar la lectura de su informe. Cinco hombres ocupaban otros tantos asientos alrededor de la amplia mesa circular, cuya presidencia habíase reservado al coronel. La sala en que se encontraban era de alto techo, espaciosa, con el piso recubierto de blancas losas de mármol pulimentado y sin otro elemento decorativo que unos grandes mapas que pendían de las paredes. A través del enorme ventanal abierto en una de estas, se divisaba la ciudad de Washington, difuminados sus contornos por la niebla, comenzaba a iluminarse —blanco, rojo, azul— hasta mucho más allá de lo que podía alcanzar la mirada.
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El coronel Larsen, perteneciente al Estado Mayor del Ejército norteamericano y delegado de la Comisión para Investigaciones Bélicas, acababa de iniciar la lectura de su informe. Cinco hombres ocupaban otros tantos asientos alrededor de la amplia mesa circular, cuya presidencia habíase reservado al coronel. La sala en que se encontraban era de alto techo, espaciosa, con el piso recubierto de blancas losas de mármol pulimentado y sin otro elemento decorativo que unos grandes mapas que pendían de las paredes. A través del enorme ventanal abierto en una de estas, se divisaba la ciudad de Washington, difuminados sus contornos por la niebla, comenzaba a iluminarse —blanco, rojo, azul— hasta mucho más allá de lo que podía alcanzar la mirada.