Bien mirado, o mirándolas bien, las piernas de aquella rubia preciosa hacían olvidar cualquier ortodoxia, estricta o tolerante, porque su perfección y sensualidad imponían una ley tan vieja como el mundo que rompía con los dogmas moralistas de todos los tiempos. Y frente a esa ley, los preceptos éticos y demás monsergas al uso caían, precisamente, en el desuso.
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Bien mirado, o mirándolas bien, las piernas de aquella rubia preciosa hacían olvidar cualquier ortodoxia, estricta o tolerante, porque su perfección y sensualidad imponían una ley tan vieja como el mundo que rompía con los dogmas moralistas de todos los tiempos. Y frente a esa ley, los preceptos éticos y demás monsergas al uso caían, precisamente, en el desuso.