El hombre corría a grandes zancadas, flotándole al aire los faldones de la suelta gabardina. No presentó sus excusas a la dama con quien tropezó, y ella, tras recobrar el equilibrio, sólo pudo maldecir al individuo del que ya únicamente veía las amplias espaldas, camino del andén donde acababa de pitar estridentemente el tren subterráneo anunciando su salida.
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El hombre corría a grandes zancadas, flotándole al aire los faldones de la suelta gabardina. No presentó sus excusas a la dama con quien tropezó, y ella, tras recobrar el equilibrio, sólo pudo maldecir al individuo del que ya únicamente veía las amplias espaldas, camino del andén donde acababa de pitar estridentemente el tren subterráneo anunciando su salida.