A las tres de la madrugada, la gran ciudad de Washington (residencia de los organismos rectores de La Federación), reposaba de las abrumadoras fatigas del día; sus ciudadanos, sin embargo, no dormían muy tranquilos: en Europa, en el viejo Continente, la guerra asolaba con crueldad insaciable los campos y ciudades, dejando a su paso una estela de llamas devoradoras, que avanzaban cada vez más en el tiempo y en el espacio, como si se alimentasen de petróleo, llegando el año mil novecientos cuarenta y uno.
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A las tres de la madrugada, la gran ciudad de Washington (residencia de los organismos rectores de La Federación), reposaba de las abrumadoras fatigas del día; sus ciudadanos, sin embargo, no dormían muy tranquilos: en Europa, en el viejo Continente, la guerra asolaba con crueldad insaciable los campos y ciudades, dejando a su paso una estela de llamas devoradoras, que avanzaban cada vez más en el tiempo y en el espacio, como si se alimentasen de petróleo, llegando el año mil novecientos cuarenta y uno.