Conocí a Vivian Lander en la universidad. Para entonces, yo estudiaba Derecho, pues no podía defraudar a mis padres, y trabajaba como repartidor en un periódico de Los Ángeles, conduciendo una vieja furgoneta que se calaba cada dos por tres y que me dejó varias veces tirado en plena calle, con el motor hecho trizas y los periódicos sin repartir. Un infierno, vamos, porque lo último que deseaba yo era ser abogado, y porque aquella maldita furgoneta me traía amargado.
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Conocí a Vivian Lander en la universidad. Para entonces, yo estudiaba Derecho, pues no podía defraudar a mis padres, y trabajaba como repartidor en un periódico de Los Ángeles, conduciendo una vieja furgoneta que se calaba cada dos por tres y que me dejó varias veces tirado en plena calle, con el motor hecho trizas y los periódicos sin repartir. Un infierno, vamos, porque lo último que deseaba yo era ser abogado, y porque aquella maldita furgoneta me traía amargado.