Ivette había creído notarlo alguna vez. Era una sensación absurda, completamente ridícula y sin sentido, pero estaba segura de no equivocarse. Lo había notado en diversas ocasiones, cuando él la rozaba en la oscuridad, al salir de los cines que frecuentaban. A su acompañante le crecían las uñas. Ivette sabía perfectamente que esto no era posible, que no había razón para que la mano que ella había estrechado largo tiempo en la oscuridad de la sala, se transformara en breves minutos en la garra que ella había creído notar. Pero era una sensación que no la dejaba vivir, una sensación que se estaba transformando en una obsesionante pesadilla. A su acompañante le crecían las uñas. Su mano derecha, al salir de los cines, se transformaba en una garra.
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Ivette había creído notarlo alguna vez. Era una sensación absurda, completamente ridícula y sin sentido, pero estaba segura de no equivocarse. Lo había notado en diversas ocasiones, cuando él la rozaba en la oscuridad, al salir de los cines que frecuentaban. A su acompañante le crecían las uñas. Ivette sabía perfectamente que esto no era posible, que no había razón para que la mano que ella había estrechado largo tiempo en la oscuridad de la sala, se transformara en breves minutos en la garra que ella había creído notar. Pero era una sensación que no la dejaba vivir, una sensación que se estaba transformando en una obsesionante pesadilla. A su acompañante le crecían las uñas. Su mano derecha, al salir de los cines, se transformaba en una garra.